El levante Islámico

    El  año de 713 el señor territorial de la zona levantina, el visigodo Teodomiro, firmó un pacto de capitulación con Abd al-Asiz, hijo de Muza b. Nusair. Teodomiro aceptaba la soberanía islámica a cambio de la administración de un territorio extendido entre las cuencas del Segura y Vinalopó, como representante del califa de Damasco. Los habitantes de ese territorio mantendrían sus libertades y costumbres a cambio del pago de una serie de impuestos. La aristocracia hispano-goda veía reconocida su posición y sus propiedades a cambio de un corto impuesto anual y de recaudar los tributos de su población. El establecimiento de los musulmanes fue totalmente pacífico y, con la firma de ese pacto, se configuró un territorio que se conocería como Tudmir. Las primeras oleadas de musulmanes tenían dos componentes étnicos fundamentales: los dirigentes pertenecían a varias estirpes árabes, mientras que la mayor parte de la tropa eran bereberes.

Abd al Rahman II acometió importantes reformas administrativas que afectaron a tierras alicantinas: dividió el territorio valenciano en dos administraciones, estableciendo la capital de la septentrional en Xàtiva, mientras que en la meridional, Callosa de Segura y Alicante compartieron el rango de cabeza administrativa. Fue en ese periodo cuando Alicante se fue transformando de pequeña villa marinera a  ciudad de mayor entidad.

     En el año 858 desembarcaron en la costa piratas vikingos que saquearon e incendiaron todo aquello que encontraban a su paso. Por otra parte una sucesión de malas cosechas y la aplicación de tributos excesivamente altos crearon un clima de descontento que acabó generando revueltas que tardaron más de 30 años en ser sofocadas. Una vez apaciguada la zona el califa se propuso asegurar el orden nombrando a gobernadores afectos, previniendo la penetración de ideas fatimíes, opuestas a la dinastía, mejorando las defensas, ampliando la red de castillos y fortines, y reforzando la organización urbana y su administración. Durante el siglo X se trazaron las bases de la islamización definitiva del país y se alcanzó un desarrollo cultural que sería foco de atención en todo el mundo circundante, tanto cristiano como árabe.

Las muertes de Almanzor y su hijo fueron el punto de partida del hundimiento del Califato cordobés, iniciándose una cruenta y larga lucha por la sucesión al trono. Ese ambiente de inestabilidad dio paso a la creación de los reinos de taifas. Muyahid, responsable de la flota califal, proclamó en 1014, la independencia de la taifa de Denia, lanzándose de inmediato a la conquista de las Baleares. Le siguió Jayran, señor de Almería, que se adueñó del territorio de Tudmir, y aunque los años siguientes fueron complejos y turbulentos, se alcanzaron las cotas más altas de desarrollo y esplendor cultural.

Para mantener a raya los empujes cristianos era necesario sostener un costoso ejército de mercenarios y el pago periódico de tributos  a algunos reyes cristianos a cambio de la paz; prolongar ese inestable orden exigía elevar continuamente los impuestos, empobreciendo a la población. Para salir de esa situación, los señores de las taifas reclamaron la ayuda de los almorávides, forjadores de un vasto imperio africano, quienes, si bien llegaron con la única intención de ayudar a sus hermanos andalusíes, pronto decidieron adueñarse de la península. En ese escenario surge el héroe de la Reconquista: Rodrigo Díaz de Vivar, “El Cid”, dirigiendo sus huestes de mercenarios indistintamente contra musulmanes o cristianos; no se trataba la suya de una lucha de religión, lo que le importaba era el botín y el poder. Este personaje llegó a controlar un amplio territorio entre Xàtiva y Orihuela, del que obtenía elevadas rentas, y desencadenó una profunda crisis económica y política en Valencia que obligó a muchos musulmanes a salir de estas tierras y dificultó la tarea que se habían impuesto los almorávides, que hasta el año 1102 en que por fin reconquistan Valencia, no pudieron acometer el programa de reconstrucción del país.

        Los almorávides establecieron poblados fortificados en los puntos vitales de la red vial, potenciaron el asentamiento campesino en la zona y reforzaron las defensas militares y las comunicaciones, alcanzando una cierta estabilidad y bienestar hasta la llegada de los almohades, segundo contingente de africanos, quienes, tras arrebatar su imperio a los almorávides penetran en la península. Muhammad Ibn Sa´id Ibn Mardanis, el rey lobo, consiguió retrasar su llegada al levante, pero tras su muerte en 1172 los almohades extendieron su dominio implantando serias reformas administrativas y económicas: repoblaron el territorio, fortificaron la zona, ampliaron la red de comunicaciones y ejercieron una política fiscal moderada. Tras su derrota en la batalla de las Navas de Tolosa, periodos de sequías, hambre, peste y nuevamente una presión fiscal elevada para satisfacer los tributos cristianos fueron desmoronando los últimos reductos musulmanes en el levante.

La nueva conquista no supuso la expulsión de sus habitantes, al menos no en los primeros momentos, probablemente por que los reinos cristianos no disponían del potencial humano para repoblarlos y por que tampoco interesaba el éxodo masivo de población musulmana, con el consiguiente abandono de campos y talleres que dominaban mejor que los cristianos. En general permanecieron en sus tierras, salvo en las grandes ciudades, donde por razones de control se estableció una guarnición militar y cargos públicos cristianos.

No debía ser muy cómoda la situación de los musulmanes cuando en 1264, se produjo un levantamiento general en el reino de Murcia que logró restablecer durante tres años un gobierno musulmán. La rebelión fue sofocada tan duramente que se produjo una emigración masiva de mudéjares hacia Granada y el norte de África, dejando casi despoblados los campos.